El verano se acaba y el tiempo sigue dando la espalda, el mal tiempo continua. La esperanza de vislumbrar un pequeño rayo de sol, se ahoga en un indeseable verano que está dando mucho que hablar. Los días de playa, poco comunes este año, parecen un espejismo en medio de tanta lluvia. El sol es un deseo para todos. Más cuando, carentes de bronceado, los bañistas rezan por ver unos rayos. Basta con haberse asomado a las playas hace un año para percatarse de la ‘crueldad’ de estos atípicos meses que castigan a los turistas y habitantes de la región.
Playas desiertas, heladerías sin las kilométricas colas que se forman cuando la temperatura es calurosa, barcos turísticos vacíos en su planta destechada… Todo evoca al tiempo otoñal, a los últimos coletazos del verano, a la vuelta al trabajo y los estudios. Incluso en pleno agosto, el corazón y los pulmones del verano, las viseras se cambian por gorros de agua, las chanclas por botas y las camisetas si mangas por impermeables. En vez de empuñar la bolsa de playa, las manos agarran los paraguas. Esa es la tónica general, aunque es cierto que los más osados se desentienden de la lluvia y recurren al armario de ropa estival. Para dos meses de buen tiempo, pensarán algunos, hay que sacarle partido a esas chanclas de último modelo que compraron en mayo.
Los refranes dan respuesta absolutamente a todo. ‘No hay mal que por bien no venga’ podría ser el más adecuado para esta situación. Mientras muchos hosteleros acusan la vertiginosa caída de ventas, la ‘peregrinación’ hacia los centros comerciales es masiva. La autovía se colapsa por la socorrida ‘llamada’ de Valle Real, el Bahía de Santander y Carrefour; se convierten en un desfile de ansiosos compradores: la bonaerense Avenida de Córdoba o Manhattan en plena ‘shopping week’ a pequeña escala.
Los visitantes se topan con las nubes que descargan con furia el agua, se resignan, no les queda otra. Entonces otras actividades cobran más vida que cuando luce el sol, como los museos.